miércoles, 11 de marzo de 2009

LITERATURA




Los perjuicios sobre Bolivia

La insólita y absurda Bolivia



de la literatura y el cine

Por Homero Carvalho Oliva


James Joyce y Bolivia
En el capítulo 3 de Ulises de James Joyce, publicada en 1922, un marinero recién llegado a Dublín da cuenta de sus extraordinarias aventuras por los mares del mundo. Cuenta que ha visto cosas raras por el Mar Rojo, el Mar Negro, los Dardanelos y, también, por toda América; pero que las cosas más extraña de todas ellas las vio en un país de nombre extraño, un país de salvajes llamado Bolivia.
En la escena referida W.B.Murphy, el marinero, les cuenta a Leopoldo Blomm y sus amigos que en ese perdido lugar del mundo son antropófagos, y que entre otras cosas horrorosas: “Mastican coca todo el día –agregó el comunicativo marinero-. Sus estómagos son como ralladores de pan. Se cortan sus tetonas cuando no pueden tener más hijos. Se los ve en pelotas por ahí comiendo el hígado crudo de algún caballo muerto”, les dijo mientras sacaba a tientas una postal de su bolsillo interno y la ponía sobre la mesa: Joyce relata que la postal tenía impreso lo siguiente: “Choza de indios. Beni. Bolivia.”
“Durante varios minutos, o más, su postal atrajo la atención de los señores abribocas.
-¿Saben como se los tiene alejados? – Preguntó cordialmente- Como nadie ofrecía una solución, hizo un guiño, diciendo:
-El vidrio. Eso los hace retroceder. El Vidrio.”

Es probable que el gran autor irlandés haya escuchado está historia tal y como lo cuenta en lo que se considera la mayor novela del siglo veinte. Y es que nuestro país no ha tenido mucha suerte en la literatura, en la mayoría de las obras que nos mencionan lo hacen de manera muy parecida a la citada. Y en el cine no nos ha ido mejor, recuerdo la película Argentina “La historia oficial” en la que esposa del protagonista, un torturador de la época de las dictaduras, queriendo salvar su matrimonio le ruega que se vayan de viaje a cualquier lugar, mientras más lejos y remoto mejor, un lugar donde nadie pueda encontrarlos, donde nadie se atreva a ir a buscarlos, la mujer en su desesperación le suplica: “Aunque sea vámonos a Bolivia”.

Donde nadie nos encuentre
“Quantum of solace” es la nueva película sobre James Bond, el celebérrimo 007, en la que se muestra a Bolivia como un país de narcotraficantes y autoridades corruptas. Esta mala imagen ha hecho que Pablo Groux, Viceministro de Culturas, envié una carta a los productores reclamando por esta injusta estigmatización. La misma mala imagen se la viene repitiendo en muchas películas y series de televisión, entre ellas la famosa “Scarface” que mostraba un personaje basado en Roberto Suárez Gómez, el Rey de la cocaína, en la década de los ochenta.
En el anterior párrafo de “Ulises” de James Joyce, nos describen como un extraño país de antropófagos que le tienen miedo al vidrio, ubicado donde el Diablo perdió el poncho. Ese prejuicio lo hemos venido cargando en la literatura y en el cine a lo largo de los siglos. Esa fue la razón por la que Butch Cassidy y Sundance Kid, dos bandidos norteamericanos, decidieron venirse escapando de las caza recompensas y encontraron la muerte, según la versión fílmica hollywodense protagonizada por Robert Redford y Paul Newman, en un “miserable pueblito” de Potosí. La misma imagen se repite en la película “The score” protagonizada por Robert de Niro, Edward Norton y Angela Basset, en la que la bella actriz negra que encarna a la novia de un experimentado ladrón, interpretado magistralmente por De Niro, le pide que deje de hacer de las suyas y le suplica que se vayan a un lugar donde nadie los encuentre, a Bolivia.

“Olor a perro muerto”
Que los gringos no sepan donde estamos vaya y pase, pero lo que es el colmo es que nuestros vecinos no sepan donde estamos e ignoren lo que somos. Hace unos días vi en History Channel un documental titulado “Los últimos días del Che”, en el que el periodista argentino Jorge Lanata, desanda la ruta del legendario comandante guerrillero derrotado en Ñancaguasú y asesinado en Vallegrande, Santa Cruz, Bolivia. Lanata empieza su recorrido en la ciudad de La Paz y mientras las cámaras muestran imágenes de nuestra gente en las calles atestadas de comerciantes, se escucha la voz del comunicador y escritor argentino, uno de los más reconocidos en su país por cierto, informando que en la fría atmósfera paceña hay “un olor a perro muerto”. Luego cuando llega al hotel Copacabana, en el que se alojó Ernesto Guevara transfigurado en un empresario uruguayo, muy suelto de cuerpo como si estuviera relatando un gran descubrimiento, nos informa que “parece una paradoja que en un país mediterráneo haya un hotel que se llame Copacabana”. Seguramente que, antes de venir a Bolivia Jorge Lanata no se informó que el nombre de la popular playa de Río de Janeiro en verdad viene de una bahía del lago Titicaca que un sacerdote llevó a Brasil. Pero eso no es todo, más adelante y siguiendo la ruta del Che, cuando arriba a Santa Cruz de la Sierra comenta que esta ciudad es un “enclave blanco” donde la mayoría de la población desciende de europeos, es de suponer que tampoco sabe que en esta ciudad, según datos estadísticos está habitada por un 25% de origen quechua, 20 % de aymará, 20% de las etnias regionales y moxeñas y una porción minoritaria de nacionalidades extranjeras. Según los estudiosos esta es la única ciudad boliviana donde se funden todas las nacionalidades que habitan nuestro territorio.

Babelia en vez de Bolivia
Pero la cosa no para ahí, en un arrebato de inteligencia sin límites, Lanata afirma que “Bolivia bien podía llamarse Babelia porque existen 36 idiomas oficiales y nadie se entiende en las calles” y que en Santa Cruz les dicen “collas” a todos los indígenas de Bolivia ya sean estos aymarás, guaraníes, moxeños, matacos, quechuas… ¿Qué tal? Pero no nos enojemos, no hacemos nada renegando contra nuestra mala imagen, la única manera de cambiarla es haciendo conocer nuestra cultura más allá de nuestras fronteras. No sirve de nada enviar cartas de reclamo a los productores de una película o al Canciller de un país que se ha apropiado de nuestra música y nuestras danzas, hay que hacer conocer al mundo que son nuestras y que nosotros las bailamos mejor, que las interpretamos como debe ser. Para eso se deben usar todos los medios de comunicación, especialmente la Internet. Todos los países tienen sitios culturales oficiales como agendas actualizadas, listado de autores y de obras y promueven a sus artistas e intelectuales en foros mundiales, bienales, ferias del libro, encuentros poéticos, en fin se quieren así mismos que es lo que nos falta a nosotros.

No es necesario amar a las piedras
Pero si afuera nos va mal al interior de Bolivia no nos va mejor. Con el pintoresco y folclórico Canciller que tenemos no necesitamos de la fantástica imaginación de ningún escritor para que, en pleno tercer milenio y con la globalización encima nos proponga quemar los libros porque no son necesarios, suficiente con leer en las arrugas de los ancianos. Pero lo que ya raya no solamente lo anecdótico sino la ciencia ficción fue su afirmación de que Bolivia es el único país, del mundo conocido hasta hoy en día, cuya población altiplánica hace el amor con las piedras. ¡Qué maravilla! ¡Qué portento de imaginación! Ni siquiera Ray Bradbury, el más prolífico autor de ciencia ficción, se imaginó tales fantasías ¡hacer el amor con las piedras! Ya ven, en Bolivia la imaginación no es... Y todavía hay quienes tienen la desfachatez de afirmar que no hay literatura boliviana porque en este país no hay nada digno de contar.
Tenemos buenos músicos, extraordinarios pintores, magníficos danzantes, geniales escritores… hagámoslos conocer, mostremos que los bolivianos valemos un Potosí. Es cierto que en Bolivia no hay un guitarrista como Paco de Lucía pero España tampoco tiene un Piraí Vaca o un Jaime Laredo, no tenemos un Pablo Neruda como Chile pero si un Raúl Otero Reiche y un Jaime Sáenz, y ¿qué otro país tiene una Marina Núñez del Prado, una Matilde Casazola, un Raúl Lara, una Valia Carvalho…? Cada artista o poeta es único y no tiene porque repetirse en otros ámbitos. No es necesario hacerle el amor a las piedras, hagámoslo entre nosotros que es más placentero y, además, nadie saldrá lastimado. Pero lo que si es necesario es que aprendamos a querernos, y eso es muy fácil.


(*) Homero Carballo es escritor boliviano. www.columnistas.net