martes, 3 de enero de 2012

YO, BASURA

Texto: Xavier Jordán Arandia.
Foto: Cortesía del autor

La primera vez que tomé conciencia real y efectiva de la singularidad de mi sobrenombre fue por culpa de Ricardo Arjona. Yo, joven y aventurado, había escrito un artículo rotundo en el cual, no digamos critiqué, vapuleé a ese engendro del mal gusto, la cursilería y la ineptitud. El hecho histórico, empero, radica en el escándalo que se suscitó después a raíz de la reacción que tuvieron algunas fans y defensoras de ese esperpento musical. Una secuela de respuestas y contra respuestas alegraron, durante semanas, las páginas de los diarios, y hasta se organizó un debate público de tonalidad pugilística entre la comunidad de fans indignadas y su humilde servidor. En el artículo utilicé expresiones muy variadas y coloridas para referirme al tal. Le dije mongólico, mediocre, rimador desaventajado, taxista… en fin. En alguna parte, para evitar repetir su apellido o nombre y con fines estilísticos, me referí al susodicho como “susodicho”. En el debate, luego del encendido intercambio de posturas que suscitaban las más diversas reacciones, una niña del público, muy linda por cierto, me increpó disgustada: ”¿A usted le gustaría que le digan susodicho?” dijo. Esa pregunta me hizo meditar en lo más profundo de mi ser y casi de inmediato respondí: “Yo no tendría problema con eso, ya que a mí me dicen Basura”.
Algo más de dos décadas que llevo con orgullo y convicción ese designio. Sin embargo, sus orígenes todavía no están del todo aclarados y los datos proporcionados por testigos e investigadores son, las más de las veces, contradictorios o imprecisos. Se tiene certeza de que el remoquete fue empleado por primera vez para referirse a mi persona a comienzos de la década de los 90 por un oscuro personaje llamado Fernando Luna Pizarro. Empero, no existe un acuerdo acerca de las razones que propiciaron tal denominación, generándose así una serie de hipótesis no confirmadas que, a saber, pueden clasificarse en: a) El comportamiento del sujeto apodado muestra una constante irreverencia ante los asuntos considerados serios o sensibles. b) El sujeto es particularmente hostil y marcadamente irónico con la humanidad en su conjunto. c) La conducta del sujeto altera el orden de lo considerado social y políticamente correcto. d) Todas las anteriores. Sea como fuere, creo que coincidirán conmigo, no se puede negar que estamos ante un alias que, más allá de su peculiaridad, proporciona bastante material para la reflexión y/o resemantización y análisis.
De principio porque es un mote con una marcada condición esquizoide. Su sentido puede cambiar y transformarse de acuerdo a las distintas circunstancias en que se aplica. Mucha gente que se ve afectada por mis comentarios lo ha empleado de manera peyorativa o despectiva. ¡Eres una Basura! suelen decirme. El problema está en que no causa el efecto esperado en quienes así lo utilizan porque tratándose de algo que llevo conmigo tanto tiempo llegué a tomarle cariño. Cuando me lo dicen así, me suena a piropo. Por otro lado, no debemos olvidar las capacidades que tiene el apelativo para ser utilizado en varias instancias y circunstancias adquiriendo un carácter glamoroso. Por ejemplo, en una recepción social jailona, los comensales podrán dirigirse a mí apelando a sus formas anglosajonas. Me dirán “Trash” o “Garbage”, lo cual suena bastante cool. En circuitos académicos optan por su equivalente latino, o sea, “Detritus” que me hace poseedor de un aire culto y refinado. Conozco una bellísima dama que convierte el vocablo en un arma infalible de seducción, pues créanme queridos lectores, no escuché nada más sexy en mi vida que la voz melodiosa de esa mujer diciéndome “Basurinha”. Por angas o por mangas, este motete tiene personalidad. 
Sin embargo, no deja de ser curioso (y gracioso) el efecto que causa en terceros que alguien me llame así, tan pública e impunemente. Es más, se sorprenden de que yo no reaccione con violencia sino que conteste el llamado con una sonrisa. De hecho hay personas que pese a nuestra cercanía y aprecio se han negado a llamarme así, o en su defecto, han empleado su forma cariñosa. Lucho Campuzano y Michael Fergusson, por ejemplo, dilectísimos amigos, nunca pudieron sino decirme “Basurita”. Como tratando de minimizar el daño pero conscientes de la verdad del asunto. ¡Qué muchachos! Siempre tuvieron para mí las palabras y los gestos más respetuosos. Otro ejemplo es César Brie. Nunca salió de su asombro cuando se enteró que mis amigos se referían a mí como Basura y yo ni chus. Hasta creó un personaje en su obra Ubú en Bolivia al cual llamó “Blasura” y no como se debe. Fue un gesto conmovedor créanme y eso que yo le insistía en que se relajara, que no afectaba para nada mi autoestima el hecho que me digan Basura sino que, por el contrario, me dignificaba. 
Imaginen ustedes entonces las infinitas posibilidades de las variantes que suscita tal apodo. Basu, Basurex, Basurin, Bazooka… Las escuché todas. Y ni que decir de los chistes. Un ahora senador, de cuyo nombre es mejor no preocuparse, sugirió un graffitti que diga: “Muera EMSA. Fdo. Basura Jordán”. Así, soy un fulano auténticamente feliz con su sobrenombre y no un simple resignado a ser “Pato”, “Chuflay” o “Balconjeta”. De hecho, soy autor gracias a mi apodo de una nueva “metafísica popular”, de las del Papirri. Cierta noche aciaga, cantando él la letra de ese su hit que tiene linduras conceptuales como “qué burro ese perro”, “se pintan casas a domicilio” o “ese alto me llega a los huevos”, me preguntó si se me ocurría alguna. Claro que se me ocurrió, me salió de lujo y tan espontáneamente que la atesoro como una de mis máximas creaciones en el campo poético, porque además es cierta e irrefutable: “De cariño…me dicen Basura”.

xordanov@gmail.com
(Publicado en el periódico Opinión de Cochabamba, el 16 de junio de 2011)