sábado, 17 de abril de 2010

TEORÍA GENERAL DEL JARDÍN DE LOS ANDES





Por Ramiro Gonzales Yaksic


Hace como quince mil años atrás, una familia de viajeros de las estrellas arribó a La Tierra y se estacionó en lo que hoy conocemos como las montañas de los Andes con la finalidad de explotar las riquezas minerales que en gran abundancia allí se encontraban. Sin embargo, el planeta que eligieron resultó inhóspito y muy hostil para sus cuerpos nacidos en otro mundo lejano. Poseedores de una sofistica tradición tecnológica estudiaron, midieron, clasificaron, sistematizaron y acumularon toda la información que recogieron de las manifestaciones de la transición de los elementos presentes en las formas de vida mineral, vegetal y animal del planeta.
Fracasada la misión por la poca capacidad para adaptarse a las nuevas exigencias, rápidamente tuvieron que vivir en el subsuelo y enfermos tuvieron que usar del Árbol de la Vida que trajeron desde su planeta a La Tierra; árbol que plantaron en el centro del asentamiento donde crearon un jardín para alimentar sus cuerpos y almas, pero de nada valieron la tecnología y los esfuerzos porque sus genes tenían sabias tareas aprendidas en otra escuela. Para solucionar el problema pusieron su atención en las criaturas que emergieron del polvo de La Tierra, rogaron a Dios les concediera el permiso para intervenir en tal realidad y con la inspiración divina emprendieron la tarea de reformar con la ciencia aprendida de Él y reconstruyeron a partir del material genético de cuatro terrestres un nuevo ser que en forma tenía la imagen y semejanza de sus predecesores y también la de sus recreadores. La tarea estaba lejos de ser fácil —aún con el goce de tan grande conocimiento—, por lo que el ser humano fue constituido a partir de la mezcla transgénica de cuatro animales en una secuencia de experimentos que fueron una escuela del error que condujo inexorablemente a la certeza y de ésta a la casi perfección. Despertó en aquel tiempo un prodigio de tal belleza, manifestado en el renovado ser terrestre y celestial cuya conciencia creció (y aún crece) en grado superlativo, hasta hallar en los cuestionamientos el camino hacia la ciencia divina.
El primer hombre no fue hombre: fue mujer, y de una copia de los genes de este primordial ser femenino un compañero le fue construido. Los descendientes de esta primera pareja fueron quienes en la primera escuela terrestre aprendieron lo que les era desconocido. Los visitantes de las estrellas facilitaron el camino para que los ángeles enviados por Dios instruyeran a los seres dotados de alma acerca de la presencia del Sustentador de Todo lo Creado y de Él aprendieron tanto el Bien como el Mal y la importancia de adorarle como forma de estar agradecidos por la vida conciente.
Así, los terrestres celestiales fueron también cautivos de los visitantes de las estrellas quienes los requirieron para duros trabajos de minería, tarea solamente recompensada por la felicidad que inspira el ser uno en los demás y con los demás.
Un inmenso gran Jardín de base cuadrada fue construido al oriente de los Andes entre los valles, las serranía y las llanuras para que con la abundante cosecha calmaran el hambre y nutrieran sus sofisticados y muy resistentes cuerpos.
Con la instrucción recibida aprendieron la agricultura de alta tecnología para conseguir el alimento que a los terrestres tan dificultoso les fue conseguir en su brumoso pasado: épocas de una humanidad hambrienta. Los Grandes Señores Celestes enseñaron también la metalurgia y la ganadería con lo que lograron saciar sus estómagos y consiguieron prosperar.
La naciente raza humana fue educada en duras tareas para conseguir su sustento con el trabajo y el sudor de su frente e igualmente conocieron que no sólo de pan vive el hombre, por eso sus mentes tuvieron que ser instruidas en la ciencia y el conocimiento de Dios para buscar el bien y rechazar el mal.
Así, fueron los ángeles y los falibles semidioses quienes privilegiaron a la raza con misteriosos laberintos que les darían la posibilidad de desvelar lo oculto de sus orígenes, con lo que la naciente civilización de hijos de las estrellas tuvo su primera tarea a resolver, responder a la pregunta...

¿Quién soy Yo?

El paso del tiempo borró el esfuerzo aleccionador del mensaje de Dios y la parte animal dominó sobre la luz y el bien se apartó de la humanidad y con ella La Tierra sintió el castigo por la vanidad.
El Diluvio puso punto final a la historia primera de la raza humana y aquel Jardín en los Andes pareció sumergirse mientras lo que en realidad sucedía era una gran inundación. Al Este del Paraíso: diciembre 20, 2006